Primera parte.
Me dijo
el doctor que escribiera lo que en realidad sentía en aquellos momentos.
Hay veces que no se ni lo
que siento, ni tan siquiera si en realidad existo.
He perdido las ganas de reír, las ganas de relacionarme porque de momento creo que todos serán como él. Y todo por culpa de aquella tarde gris y triste, donde nunca debió existir ni de ocurrir nada.
Aquel
hombre parecía amable, bueno, cariñoso. Conquisto mi corazón rápidamente. Jamás
pensé ni por un instante que aquel mismo hombre que parecía Dios, me iba a
quitar juventud, mucho menos las ganas de vivir, con chantajes emocionales.
Aquella
tarde era como otra cualquiera, no hacía ni frío ni calor, como si el tiempo se
hubiera detenido, y por tanto el clima con él.
Todo parecía
mágico o al menos así me lo hacía ver él. Nada era imposible estando a su lado.
Le amé, le amé aunque él jamás se lo creyó. Pero ¿Porque no se lo creyó nunca?
Porque era más fácil no creerse querido, así era más fácil hacerse la victima. Así
era más fácil hacerme sentir culpable de todos sus males, incluidos los que no
tenía ni la menos idea que le ocurrían en su vida.
Un buen
día me dijo, te amo. Y yo una mujer venida de vuelta de casi todo, me lo creí.
Tal vez no debí creerme tal barbaridad, contemplando ya como lo hacía cosas que
no eran ni lógicas ni normales para un hombre hecho y derecho como él, ni el
carisma que estaba tomando, pero le creí.
Poco a
poco me iba ganando con regalos, ayudas de todas índoles y con promesas que
jamás iba a cumplir. Y aun sabiendo como sabía de la vida, me lo creí. No
pasaba nada malo por creer a un hombre, tan solo que ese hombre no era tal,
sino el mismo demonio vestido de hombre.
Continuará.